Cuando
pasan las noches y los días
y
no hay ecos ni verberan voces ni palabras solas
y
la soledad se vuelve triunfal y dominante,
puede
ser digno en sí el silencio
o
llevarse bien, con gallardía, si se eleva la frente
y
se buscan los sonidos en el interior del alma.
Pueden
pasar grávidas las lunas con su peso en las mareas
sin
que llegue su gravidez a influir sigilos, llanto insano,
o
no se pierdan los sentidos de la mente o atrás queden
los
sentimientos… que pueden guardarse en lo secreto
de
una mirada o el hálito de un mínimo suspiro.
Sé
que soledad o silencio llegan a ser del todo necesarios
en
los breves lapsos de ese aquietamiento de interior sosiego
pero
su enfermiza persistencia en derroteros, vida y tiempo,
llevan
al derrumbe sino no se curte la inmunidad del alma.
Y
el alma se ampara en cosas nimias, simples y existentes:
el
mirar contemplativo que sabe disfrutar de lo que mira
o
de ojos reflexivos que, capaces de ser introspectivos,
alcanzan
a gozar con lo que ven en el silencio…
hasta
que el silencio se marche.
Publicado en mi libro "Desde aquella Strelitzia". 2014
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