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martes, 18 de noviembre de 2014

MI VUELO EN LA HAMACA


En la casa de mis abuelos, allá donde el tiempo se hace gris, resaltan algunos hechos como singulares vivencias. En el fondo del jardín, detrás de las araucarias y del cedro azul, estaban los juegos: una calesita pequeña que giraba con la fuerza de nuestras manos, un tobogán no demasiado alto y las hamacas. En ellas, las hamacas, se posa mi recuerdo y se deja llevar a lugares de insondable dicha.
Su armazón era de madera de un color naranja que resaltaba en los tonos verdes y azulados de las plantas que la escondían. Del travesaño, que yo veía muy arriba, colgaban los hierros que sostenían los asientos. Rodeadas de aves, innumerables en cantidad y especies, me esperaban quietas llamándome silenciosamente para que fuese a jugar. Sabían que no podía nunca controlar mi impulso de montarme en ellas.
Todo comenzaba con un suave y lento impulso de mis piernas adelante y mi espalda recostada mientras mis ojos hacia atrás imaginaban el vuelo. Poco a poco cobraba altura con el vértigo latiendo en mis entrañas y alcanzaba lo horizontal en breve tiempo y ya allí redoblaba mis esfuerzos y apuntaba con la punta de mis pies al cenit, confundiendo entre ellos el azul del cielo con el entretejido glauco de las ramas y mis ojos cegados por el sol en vertical caída. Las aves volaban conmigo.
El viento en la cara aún golpea en mi recuerdo. Y seguía en este alarde de coraje hasta el cansancio y entonces mi obra cumbre: me soltaba de lo alto y caía al césped como pluma, con el pecho henchido de orgullo y dicha.

Colores que encuentro en aquel tiempo ya gris…



Publicado en mi libro "Desde aquella Strelitzia". 2014

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