Mi recuerdo me lleva hoy a ese
invierno
con mis pantalones cortos, que otra
cosa no se usaba,
y que no protegían a mis piernas
ni del frío
ni del duro almidón del
guardapolvo blanco
que las rozaba sin virtud.
El frío sólo era guardado como en
nido
por la tibia mano de mi padre
tomando mi niñez
y allí estaba seguro mi mundo, en
esa mano.
Me recuerdo ahora impecable, mi
madre amando,
con medias hasta las rodillas y
corbatín de lazo
y en paso temeroso al aula con
nariz y orejas rojas
y la tibieza de esa mano, sí, esa
tibieza.
Esa tibieza de amparo fue amparo
entonces,
en el invierno del recuerdo,
y se proyectó en el tiempo cuanto
fue necesario
para que el hombre se amparara en
el recuerdo tibio
cuando algún frío tocó su alma
o alguna angustia necesitó su
abrigo.
Y complacido hoy, a la distancia,
advierto
haber retribuido con mi mano esa
tibieza
cuando el ser que me anidara
me necesitó llegando a sus orillas.
Publicado en mi libro "Desde aquella Strelitzia". 2014
me necesitó llegando a sus orillas.
Publicado en mi libro "Desde aquella Strelitzia". 2014
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